
Texto por Glady de la Cruz Juria
Glady, @gissyreads, es sinóloga, traductora de chino y correctora. De origen filipino, encontró entre las páginas de los libros su refugio. A través de su página Muy de Libros, da a conocer, mediante reseñas y artículos, la literatura asiática que ha sido traducida al español.
AVISO DE CONTENIDO: SUICIDIO
En el discurso tras ganar el Nobel, Mo Yan dijo: «Si usara mi voz para expresarme, las palabras habrían sido dispersadas por el viento. Pero si las escribo, estas palabras nunca podrán ser destruidas». Para mí, el acto de escribir va enlazado al de registrar, a dejar constancia de estas palabras que una vez salieron de nosotres. Es un registro de que estamos, de que existimos, de que somos.
Por eso me parece importante la literatura asiática. Mientras espero ver a nuestra generación migrante contar nuestras historias (y espero formar parte de ello algún día), indago en la literatura asiática traducida, que demuestra lo necesario que es que todo quede anotado en alguna parte. Aquí van tres autores referentes, y lo que he aprendido gracias a la experiencia de leer sus obras.
1. Kim Ae-ran (김애란)

Leyendo los relatos de Kim Ae-ran en ¡Corre, papá, corre!, podemos darnos cuenta de que lo que escribimos es una ventana a nuestro universo interno: nuestros miedos, nuestras ideas, nuestra realidad… Está ahí. Sea ficción autobiográfica o no, hay elementos de nosotres mismes en las palabras: en el caso de Kim, se evidencia la soledad que experimentamos en nuestro día a día, en una realidad en la que vamos a trabajar o estudiar (o buscamos nuestros medios para ello), y mientras tanto, intentamos sobrevivir. El desamparo, la figura del padre ausente, el aislamiento social… Kim escribe sobre lo que conoce, y por eso refleja muy bien esta época en la que la tecnología nos cobra su cuota a cambio de nuestra atención.
2. Yoko Tawada (多和田葉子)

La lección que obtuve, por otro lado, de Yoko Tawada tuvo que ver con la necesidad que ella experimentó para escribir en alemán, y así se reflejó en Memorias de una osa polar. En esta novela, la protagonista no quiso que hubiera un intermediario que pudiera ni elevar su literatura, ni tampoco cambiarla. Se trata, sobre todo, de mostrarse como une es. Y hoy en día Tawada es exponente de la exofonía, es decir, que escribe no solo en su lengua materna, sino también en otra que ha sido adquirida.
3. Qiu Miaojin (邱妙津)

Tengo la convicción de que debería ser obligatorio conocer, y sobre todo cuando se trata de literatura migrante, no solo la obra, sino también la autoría. Hace poco cayó en mis manos Cartas póstumas desde Montmartre, de Qiu Miaojin, y es una lectura tan cruda, que hay que tener verdadera fuerza para acabar el libro. La historia de Qiu Miaojin es desgarradora, y este libro epistolar es producto de una depresión por desamor, pero también de la soledad y de la experiencia de estar entre diversas identidades (de hecho, en el libro escribe tanto en masculino como en femenino), pero también entre dos idiomas y dos mundos.
Aplazaba la lectura porque sentía tremendo respeto por ese texto. Sentía que en mis manos estaba el legado que elle dejó antes de suicidarse. Cuando busqué opiniones del libro, me resultaba descorazonador que alguien como Qiu, icono de la literatura de la disidencia sexual en Taiwán, recibiera calificativos como «exagerada», «deprimente» o incluso «intensita». Así que como persona hipersensible que soy, le dediqué un par de mis lágrimas. Pero no porque elle fuera objeto de lástima, sino porque en esta experiencia, personas como nosotres podemos encontrar la cotidianeidad. El ser juzgades sin saber nada de nuestro background, o lo fácil que le resulta a cualquier persona invalidar nuestros sentimientos y nuestras experiencias diciendo que «no es para tanto», o que «somos unes exagerades», cuando ni lo han vivido, ni lo van a experimentar, es algo que me produce tanta impotencia, que me hace llorar.
El aprendizaje
Amigue que estás leyendo esto, me gustaría resumirte lo que he aprendido de estos tres libros. Primero, que todes tenemos algo que contar, y que todo texto, obra o trabajo que hagas tendrá su público. El mío lo he encontrado en ti, que estás leyendo esto, y te lo agradezco de corazón. Segundo, que en el caso de escribir, lo hagas en la lengua en la que te sientas cómode, y pienses en ti, y no en quien te lea. Tawada escribía dos manuscritos, uno en japonés y otro en alemán. No lo hacía para facilitar las cosas a otros, sino porque (o al menos lo supongo), quería que sus palabras no fueran interpretadas de una forma errónea en la traducción. Y tercero, que siempre habrá gente que juzgue y que prejuzgue, gente que no nos entenderá, ni nos querrá entender. Pero por favor, que eso no te lleve al mismo fin que tuvo Qiu, porque entre tu público también está la gente que te quiere.
En el mismo discurso, Mo Yan también dijo: «No soy quien para obligarles a leer mi trabajo, aunque por supuesto, deseo que puedan leer con paciencia algo de mi obra. Pero incluso si la leyeran, no esperaría que cambiaran su opinión sobre mí».
Así que no escribas para que cambien su opinión sobre ti, escribe para que tu experiencia quede registrada. Tal vez haya alguien que con tus palabras se sienta identificade y le de fuerzas y esperanzas para seguir, para crear, para sentir… aunque sea solo un poco. Es lo que espero yo con esto: que tú, que estás leyendo esto, te sientas acompañade, comprendide. Porque si buscas un lugar al cual pertenecer, puede ser este sitio, esta plataforma en la que estás leyendo esto.
Si estás interesade en los libros:
¡Corre, papá, corre!, de Kim Ae-ran (Godall, 2018)
Memorias de una osa polar, de Yoko Tawada (Anagrama, 2018)
Cartas póstumas desde Montmartre, de Qiu Miaojin (Gallo Nero, 2018)